FRAGMENTOS

Juliana es una niña extrovertida, con el alma teñida de sueños y la mirada siempre en el horizonte. Pero cada día carga con una lucha silenciosa: la de sentirse "demasiado diferente". Su cabello, su tono de piel, su risa espontánea... todo parece no encajar en el molde que otros han creado.

En la escuela, los pasillos son campos de batalla disfrazados de juegos, y Valeria —con su séquito de miradas frías— se convierte en el muro que Juliana intenta escalar sin romperse.

Pero en su habitación, entre lápices de colores, pedacitos de papel y cielos inventados, Juliana descubre algo que nadie le puede arrebatar: la ternura de ser ella misma. Y con eso, comienza su verdadera historia.

Cuando el mundo real se vuelve gris, Juliana se refugia en su imaginación. Allí, la princesa Lila —una muñeca de trapo con ojos de botón y sonrisa gastada— se convierte en su fiel confidente y en su voz interna cuando el mundo exterior se vuelve demasiado cruel.

Años después, la princesa Lila quedaría sepultada en un cajón, entre hilos sueltos y recuerdos deshilachados, cuando Juliana apenas recordara que fue niña.

Pero Lila no desaparecería del todo. Permanecería, silenciosa, como el eco de un primer amor, porque la luz que brilla en una mujer, comienza en una niña que nunca deja de imaginar.

Las luces del auditorio estudiantil resplandecían como el sol abrasador del mediodía, pero no eran ellas las que quemaban. Eran las miradas del público —afiladas como cuchillos, cargadas de juicios silenciosos— las que le abrasaban la piel.

Juliana, de quince años, sintió cómo su discurso impreso se humedecía entre sus manos temblorosas, empapado de un sudor que llega cuando el miedo se instala sin pedir permiso.

Había practicado por semanas, cada palabra, cada pausa, cada detalle. Pero ahora, frente al público, su voz se quebró. Algo salió mal. Un tartamudeo, un silencio demasiado largo… y entonces, como un golpe físico, llegaron los abucheos.